
Tras escuchar Take the Long Way Home y un par de temas más, y percibir el ánimo de un auditorio que estaba más que feliz por la experiencia, Hodgson dijo que sus canciones significaban mucho para él y que esperaba que fueran igualmente especiales para todos los que estábamos allí. Los aplausos de una gran cantidad de gente que no paraba de tomar fotos, cantar verso tras verso y pedir tonada tras tonada, me hicieron recordar que las canciones de Hodgson no eran tan mías como creía; y que tampoco eran de él en exclusiva, aunque lo dijera. En ese lugar todos éramos dueños.
Una canción es como esa plaza por la que caminamos rumbo al trabajo o a clases, en la que jugábamos cuando éramos niños, en la que comíamos helado con la novia o el novio. Se vuelve marco de recuerdos, y los recuerdos son cosas muy personales, muy nuestras. Las plazas en realidad no tienen dueño, pero a la vez son de todos. Por más afamados que puedan ser sus arquitectos, no son suyas ya. Por más autores que pueda tener una canción, su propiedad es cosa muy relativa.
Algo tan abstracto como la música, que va de una mente a otra a través de invisibles ondas sonoras, tan intangibles y fugaces, no se puede poseer en realidad. Podemos escribir en partituras un montón de garabatitos para que una orquesta las ejecute con sofisticados instrumentos; usar alta tecnología para grabar y procesar pistas; fabricar discos, venderlos, copiarlos; usar reproductores de mp3 o encender una radio, y nunca podremos ser dueños materiales de una obra musical. Una ley puede proclamar el derecho de propiedad intelectual y unos documentos pueden asegurar que alguien en específico tuvo una idea determinada de combinar ritmos y tonos en una forma en particular, pero lo que en realidad hace única una canción no es su autor o un papel, sino su oyente, esa persona que transforma ondas sonoras en otros pensamientos, otras emociones, otros recuerdos muy propios, íntimos, que pueden tener poco que ver con lo que el creador pensó o sintió al darle forma.
Ese carácter metafísico de la música vuelve absurda toda intención de algunos artistas por llevar a una corte judicial a jovencitos que intercambian canciones a través de un cable telefónico, sólo porque no pagaron una suma de dinero. Ese aspecto subjetivo que nos hace robar una melodía para tararearla bajo la ducha, usarla de fondo al regalar unas flores o hacernos más llevadera la faena, hace imposible definir propiedades. Las canciones las crea alguien para que las posea otro. El autor puede tener derecho a reconocimiento y potestad exclusiva para autorizar grabaciones y reproducciones, pero ha de recordar que la música deja de ser mágica entre tacaños. Por suerte, el compartir suele ser lo que nutre el espíritu de todo compositor.
Con esta reflexión, ¿me estaré declarando a favor de la piratería? Tema profundo. Luego les respondo.
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4 comentarios:
Luiser, la verdad es que tienes mucha razón: una obra, no importa en cuál Arte, está dirigida al público y desde el momento en que eso se hace, pasa a ser, usando una expresión jurídica, "dominio público". Tu música, mi música, la música de cualquiera, tiene sentido cuando otro la escucha.
Luiser ... Eres " Como Siempre " un Ser extraordinario que como Canta-Autor perteneces a los que te admiramos, eres inmenso de Sentimiento ... Para ti Tu música no es Tuya es de quien le agrade .Aquí estoy yo , desde que te escuche me cautivastes y si fuese cantante te las robaria ... Mas las llevo conmigo y son deleite a mis sentidos ... Besooosss
Comparto tu opinión, sin embargo en mi patria muchos buenos músicos están dejando paulatinamente sus actividades musicales por falta de plata y aunque según tu eso no sea una traba, que bien le haría que algo de dinero les llegase, no se, una vez tuve el sueño de que toda canción tenga su sitio en la red, y a aquella persona que le gustase una canción le donara 1 centavo
Excelente reflexión...me pregunto que tan pirata soy cuando escuchandote me veo en tus canciones, me siento protagonista de tus historias para finalmente presumir que ahora me pertenecen...te he dicho cuánto me gusta escucharte? Pues voy de nuevo...
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